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LA FEDERACION IBERICA DE JUVENTUDES LIBERTARIAS

Las características sociales de la capital de España, centro burocrático del Estado, de la nobleza decadente, del caciquismo político, de la pequeña burguesía patrona de una industria rudimentaria, habían favorecido por largos años la táctica templada del Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores, en detrimento del anarquismo, no obstante los constantes esfuerzos de éste por recuperar la hegemonía que había tenido en los tiempos de la Primera Internacional. Desde últimos del siglo pasado y primeros años del presente el anarquismo luchó con tesón por hacerse presente, en particular por medio de la propaganda de prensa. Registremos la aparición en Madrid de La Revista Social (1881-84); La Anarquía (1882-85 y 1890-93); Tierra y Libertad (bimensual en 1888 y diario en 1896) La Revista Blanca (1898); El Libertario (1909), entre otros periódicos y revistas.

A partir de la caída de la dictadura de Primo de Rivera empezó a abrirse paso progresivamente el sindicalismo libertario en aquel coto cerrado del socialismo político. Desde sus humildes orígenes (1872) el partido fundado por Pablo Iglesias gozó de bastante estabilidad debido a su táctica temporizadora. Sólo en dos ocasiones (1917 y 1934) había abandonado esta tradición moderada. En revancha el Partido Socialista se hizo acreedor a un cierto desprestigio en los años que siguieron al golpe de Estado militar de 1923.

La colaboración socialista en el primer gobierno republicano (1931-33); la discutida gestión de Largo Caballero en el Ministerio de Trabajo; las represiones antiobreras (en especial contra la C. N. T.) de aquel gabinete, ni mermaron el potencial anarcosindicalista en todas las provincias españolas ni impidieron su afluir creciente en Castilla la Nueva y en Madrid, en detrimento de la Unión General de Trabajadores.

Pero la instalación de la C. N. T. en la capital de España no fue sin consecuencias. Los militantes confederales del Centro ya se habían significado por su psicología propia, que aumentó y se puso de relieve a medida que los grupos de oposición abandonaron la Casa del Pueblo para convertirse en sindicatos, algunos de los cuales (Construcción) no sólo hablaban de tú a sus rivales, sino que los superaban en número y dinamismo. Valga decir que las sociedades de resistencia de la U. G. T. resultaban orgánicamente anticuadas ante los sindicatos de ramo e industria de la Confederación Nacional del Trabajo, encuadrados orgánicamente según procedimientos más modernos. Por otra parte, pasadas las mascaradas electorales y frustradas las promesas de los redentores políticos, la triste realidad de los hechos daba razón a la divisa sindicalista revolucionaria. La «acción directa», con todos sus inconvenientes, aventajaba a su rival concurrente la «acción política». Las conquistas de la última no tendrían lugar sin la previa intervención de la primera.

El militante confederal inédito de la región central no vino sólo a medrar, sino que aportó su pequeño bagaje al patrimonio común. Había heredado lo mejor del movimiento que acababa de dejar y se asimilaba pronto las experiencias de la nueva corriente. Estos militantes se señalaban por su seriedad altiva, incapaz de humor y de lirismo, por una tenacidad y un dinamismo austeros, sin exaltaciones, por su visión realista de los problemas, que ignoraba, y a veces desdeñaba, las sutilidades doctrinarias.

Esta sangre nueva hizo buena liga con los castellanos de las promociones veteranas, también dotados de cualidades particularísimas. A señalar los componentes del grupo «Los Iguales», con Mauro Bajatierra en cabeza; y los Feliciano Benito, Cipriano Mera, Pedro Falomir, etc.

Entre ambas promociones destaca un militante de gran talla, joven, inteligente, cultísimo, anarcosindicalista, es decir, idealista práctico, escritor de altos vuelos y orador brillante, castellano viejo (de Valladolid) e internacionalista (permaneció gran parte del período de dictadura en Berlín, ayudando a Rodolfo Rocker en la A. I. T., y en contacto estrechísimo con Max Nettlau; discípulo, pues, de ambos), propagandista y hombre de organización, teórico excelente y temible polemista, flagelo de los tribunos comunistas. He aquí un esbozo de V. Orobón Fernández: uno de esos fenómenos de corta duración, pero de efectos intensos, una vida breve, pero fecunda (murió de enfermedad, todavía joven —nació con el siglo—, en la primavera de 1936).

Rodolfo Rocker dedica, en su autobiografía, sentidas frases a Orobón:

«Un tiempo después llegó a Berlín otro compañero español, que vivió allí con nosotros algunos años: Valeriano Orobón Fernández. Orobón nació en 1901 en Valladolid, era pues algo más joven que Santillán y, como este, un individuo muy dotado, con disposiciones intelectuales excelentes, que por desgracia no pudieron llegar a su pleno desarrollo porque una muerte prematura puso fin a su vida. Orobón ocupó un puesto en la Escuela Berlitz de Berlín como profesor de español y, en sus horas libres, escribía mucho para nuestros periódicos españoles o hacía trabajos de traducción. Poseía sobre todo excelentes conocimientos lingüísticos y aprendió el alemán en un período de tiempo sorprendentemente breve. Conoció Orobón el movimiento libertario siendo un joven estudiante. Su padre pertenecía al partido socialista, lo que no le impidió confiar a Valeriano y a su hermano Pedro a una escuela libertaría de Valladolid, cuyos métodos de enseñanza se movían en la misma línea aproximadamente que los de la Escuela Moderna fundada por Francisco Ferrer en Barcelona. En estas circunstancias era enteramente natural que los dos hermanos estuviesen después más impresionados por el movimiento anarquista del país, fuertemente desarrollado, que por las concepciones socialistas moderadas del padre. En efecto, Orobón fue atraído muy pronto por el movimiento libertario, al que consagró sus mejores energías hasta la muerte... Fue, en 1927, por un tiempo, a Viena, y yo le había dado una cálida recomendación para Nettlau. Poco después me escribió este último: "El bravo español que me ha enviado es un individuo capaz y excelente. Posee sentido histórico y comprende la continuity of history. Esto le preserva de exageraciones que sólo conducen a sofismas. Pues, finalmente, la creencia en la omnipotencia de la revolución que pretende romper de golpe todas las conexiones con el pasado y crear de la nada algo nuevo, sólo es un creencia mesiánica. Los jacobinos y Napoleón creían realmente en tal posibilidad, pero los anarquistas deberían ser los últimos en compartir esa presentación fantástica". Para perfeccionarse en el idioma inglés aceptó por un año un empleo en la escuela Berlitz de Londres, pero cuando llegó el invierno con sus densas nieblas tuvo que abandonar precipitadamente Inglaterra y regresó a Berlín. Sufría ya de los pulmones y había empeorado su situación... No obstante, la mayor parte de nosotros no sabía nada de lo que le ocurría, pues no se quejaba nunca...»

Al proclamarse la República, Orobón regresó a España y se instaló en Madrid. Allí hizo por si solo gran parte del trabajo proselitista, empezando por atraer a la C. N. T., como simpatizantes, como militantes o como aves de paso, a un grupo de intelectuales. Entre los que permanecieron figuran periodistas y escritores, en su mayoría jóvenes, tales como Cánovas Cervantes (director del diario La Tierra), J. García Pradas, Eduardo de Guzmán y, por algún tiempo, Ramón J. Sender.

Eran aquellos los tiempos del himno « ¡A las barricadas! », de la bandera roja y negra, de la Agrupación de Mujeres Libres, de las Juventudes Libertarias, de la Alianza Revolucionaria, de la revolución comunista libertaria, la mayoría inquietudes o realizaciones de la nueva generación militante del Centro.

Un famoso artículo fue publicado por Orobón en La Tierra, después de las represiones de 1933, después de la derrota electoral de las izquierdas, cuando Largo Caballero hacía sus primeros pinitos de «Lenin Español». En este artículo, Orobón defendía fogosamente, inteligentemente, la Alianza Revolucionaria:

«La represión con que se está diezmando a la C. N. T. es un anticipo vergonzante y vergonzoso hecho al fascismo específico, y una muestra elocuente de cómo los "términos medios" y las ponderaciones teóricas de la democracia burguesa se convierten fácilmente en extremos. A la hora de la lucha, los "demócratas" olvidan su filiación política y forman con arreglo a su formación de clase. Aprendan con este ejemplo los camaradas que, por purismos deleznables, se encastillan en la teoría de “nosaltres so1s”. Para vencer al enemigo que se está acumulando frente al proletariado, es indispensable el bloque granítico de las fuerzas obreras. La facción que vuelva las espaldas a esta necesidad se quedará sola y contraerá una grave responsabilidad ante si misma y ante la Historia. Porque mil veces preferible a la derrota, que el aislamiento nos depararía, inevitablemente, es una victoria proletaria parcial que, sin ser patrimonio exclusivo de ninguna de las tendencias, realice de momento las aspiraciones mínimas coincidentes de todos los elementos pactantes; aspiraciones mínimas que comienzan en la destrucción del capitalismo y la socialización de los medios de producción...»

Este artículo es uno de los documentos más trascendentales de aquella época. La joven C. N. T. del Centro se hizo unánimemente suya su tesis. Los anarcosindicalistas asturianos la pusieron en práctica en octubre de 1934.

En cuanto a las juventudes Libertarías, exportadas a todas las regiones de España, celebraron su primer congreso nacional en Madrid, en 1932. Los principales acuerdos fueron: constituirse como organización peninsular (como había hecho la F. A. I.) y adoptar la denominación de Federación Ibérica de juventudes Libertarias. He aquí parte de la declaración de principios acordada por el congreso:

«...Para estos fines, esta Agrupación luchará contra la propiedad, el principio de autoridad, el Estado, la política y la religión... Contra la propiedad, porque es una injusticia inhumana ... Contra el principio de autoridad, por suponer éste el relajamiento de la personalidad humana... Contra el Estado, porque coarta el libre desenvolvimiento y normal desarrollo de las actividades éticas ( ... ) y defiende la propiedad mediante los cuerpos armados, policía y magistratura... Porque mantiene el ejército y la armada... Contra la política, porque presupone la anulación de la individualidad al entregar la voluntad propia a otra extraña ( ... ) y es el sistema para legitimar los intereses de la propiedad y las leyes para el cuidado y defensa del Estado... Contra las religiones, porque atentan al libre pensamiento del hombre, creándole una jerarquía moral que le predispone a admitir sin protesta toda tiranía y desvirtúan las relaciones sociales por el terror y el fanatismo, negador de la razón y el progreso científico...»

Como la F. A. I. a partir de 1927, la F. I. J. L. no llegó nunca a ser una verdadera federación peninsular, en el sentido de que tampoco consiguieron la incorporación de los jóvenes libertarios lusitanos, como no había logrado la F. A. I. representar realmente a la Federación Anarquista Portuguesa. Ambas organizaciones, intituladas peninsulares, fueron netamente españolas y revolucionarias más que otra cosa.

Casi al nacer las Juventudes Libertarias se manifestaron dos tendencias. Entre los jóvenes libertarios de Cataluña predominaba el criterio adverso a una federación nacional. Estos jóvenes concebían las Juventudes como filiales de los sindicatos y de las federaciones anarquistas. Entendían que su misión se limitaba a tareas de cultura y propaganda, captación y autocapacitación así lo que los grupos y sindicatos, absorbidos por el fragor de la lucha, económica y revolucionaria, no podían atender.

En los propios medios anarquistas y confederales, la idea de una federación nacional de tal carácter, con personalidad orgánica independiente, no solamente se consideraba un peligro desviacionista, sino que avivaba la vieja polémica sobre los inconvenientes de dividir a los militantes en viejos y jóvenes, polémica que realmente enfrentaba a los representantes de la vieja y joven generación, con sus recelos y petulancias.

Aparte de esto, ambas tendencias juveniles manteníanse firmes en sus posiciones. Los jóvenes catalanes motejaban a sus hermanos del Centro de «organizacionitas», y «centralistas», recibiendo, en justa reciprocidad, los epítetos de «catalanistas» y «separatistas». Esta divergencia se acentuó después del 19 de julio.

Por lo que a la F. I. J. L. se refiere, desde los primeros meses de la revolución adoptó en casi todas las regiones de la zona liberada la misma posición colaboracionista que habían ejemplarizado las organizaciones libertarías mayores. Entre la C. N. T. y la F. A. I., la F. I. J. L. iba a remolque de sus decisiones.

Propiamente hablando, las Juventudes Libertarías habían quedado desiertas de sus elementos más activos. Los comités tendían a quedar reducidos a los militantes más indispensables. La inmensa mayoría de los adherentes había sido arrebatada por el ardor del combate, alistándose en las milicias que cubrían los frentes.

Los cuadros militantes a que nos referimos más arriba, reducidos a lo estrictamente indispensable, eran exentos de sus deberes militares. En los primeros meses de la guerra, la exención, cuando era necesaria, la pronunciaban directamente los comités confederales; más tarde tuvo que ser privilegio de las autoridades y se otorgaba a propuesta de los comités políticos y sindicales. Este problema de los exentos creó en todos los organismos de la retaguardia una clase burocrática, que propendía a convertirse en casta.

No obstante, durante aquellos primeros meses de la guerra el alistamiento a las milicias no era riguroso, sino voluntario. El gobierno movilizaba continuamente por decreto, pero tales medidas tenían efectos muy relativos. Los centros oficiales de reclutamiento eran poco concurridos. Los que sentían el deber de marchar al frente ejercían una fuerte coacción moral sobre los indecisos y remisos, lo cual dio excelentes resultados en tanto perduró la virginidad revolucionaria. A pesar de todo, jóvenes y maduros preferían enrolarse en los batallones de voluntarios organizados por el comité de su simpatía.

Esta emigración de jóvenes hacia los frentes favoreció el avasallamiento de los comités juveniles de la retaguardia por las organizaciones mayores. Se explica, pues, que la F. I. J. L. interviniese como organización en muchas de las combinaciones del frente antifascista, ostentando cargos administrativos y gubernamentales. Esta línea colaboracionista condujo a una serie de contactos con otras organizaciones juveniles, y a la participación intensa en aquel frondoso movimiento de pactos de unidad por control remoto de las Juventudes Socialistas Unificadas.

Pero justo es declarar que si la F. I. J. L. no puso apenas resistencia a la psicosis circunstancialista que agobiaba a la C. N. T. y a la F. A. I., no es menos cierto que supo mantenerse inmune, como sus hermanas mayores, al contagio stalinista. Los tesoneros propósitos de las J. S. U. (ellas mismas el más visible ejemplo de contagio stalinista) por formar un gran bloque juvenil que pensaban dominar después mediante la técnica de absorción de los aliados, se estrellaban contra la no menos tesonera resistencia de la F. I. J. L. En sus tratos y pactos con los jóvenes comunistas, los jóvenes libertarios supieron, como vulgarmente se dice, nadar y guardar la ropa; bordeaban el abismo sin resbalar irremediablemente.

Tratemos de ordenar estos hechos lo más cronológicamente posible. El estado de las relaciones entre los jóvenes libertarios de Cataluña y sus hermanos del resto de España resalta de una de las mociones del congreso celebrado por los primeros en Barcelona el 1 de noviembre de 1936. En aquel congreso se puso a discusión «la proposición hecha a las juventudes Libertarias de Cataluña, por el Pleno Nacional de Regionales, para que ingresen en la F. I. J. L.».

La respuesta fue la siguiente: «Sobre la proposición de la F. I. J. L. el congreso, por unanimidad, acuerda su ingreso a la misma, recabando plena autonomía para la Regional Catalana, a fin de poder seguir sus relaciones con la F. A. I.»

Esta adhesión condicionada implica una fidelidad a ultranza a la clásica línea de conducta según la cual los jóvenes libertarios de Cataluña seguían considerándose filiales de la Federación Anarquista Ibérica. Caso paradójico, la F. A. I. correspondía de la peor manera a esta fidelidad amorosa de sus jóvenes aguiluchos, instándoles, coaccionándoles, amenazándoles, a seguir la tortuosa «línea general del movimiento». Defraudados, pues, en su fidelidad, los jóvenes libertarios de Cataluña rindieron culto a otra fidelidad que entendían superior: la defensa a ultranza de lo que llamaban, en términos que habían de hacer fortuna, «principios y tácticas consubstanciales y permanentes», por oposición al «circunstancialismo», otro término suyo que hizo fortuna, réplica a la teoría corriente, según la cual «circunstancias imprevistas e imperiosas» habían impuesto el «sacrificio circunstancial de los principios»

En aquel congreso del 1 de noviembre se puso de relieve entre la mayoría de las delegaciones y los componentes del Comité Regional una profunda discrepancia. La proposición de la F. I. J. L. traslucía el sentir de dicho Comité. La respuesta era la voluntad de la mayoría del congreso. El primero era dócil a las orientaciones generales del movimiento; el segundo insistía en un clasicismo doctrinario intransigente. Había, pues, un cierto divorcio entre el Comité regional y sus representados; entre las Juventudes Libertarias de Cataluña y los comités confederales y anarquistas de la misma región; entre estos mismos jóvenes libertarios y los del resto de España. El conflicto pasó inadvertido, bien que latente, durante todo el resto de 1936. La mayoría de los jóvenes estaba en los frentes y no atendía a otro problema que la guerra. Empezó a rebrotar a medida que iban acumulándose las decepciones políticas, y en la medida también en que la llamada a la disciplina orgánica, por parte de los comités superiores, se hizo más apremiante. Mientras no se plantearon estos problemas los comités de la retaguardia hicieron amplio uso de sus atribuciones.

No es, pues, sorprendente la firma de un pacto, el 17 de aquel mismo mes de noviembre, entre los comités de las juventudes Libertarias de Cataluña y de las juventudes Socialistas Unificadas de la misma región. Dicho pacto era una, especie de suite al que habían firmado en agosto la C. N. T. y la F. A. I. con la U. G. T. y el P. S. U. C.

El contenido del pacto juvenil, igual que el de las organizaciones mayores, era más bien espectacular:

«Comprendiendo que los momentos que atravesamos precisan de la máxima coordinación de esfuerzos ( ... ) se constituye un Comité de Enlace ( ... ) con el fin de que exista de inmediato una estrecha cohesión entre ambas organizaciones, necesaria para ganar pronto la guerra, realizando sobre la marcha la transformación social... Se constituye, además, este Comité de Enlace como primer paso para lograr la estrecha colaboración de toda la juventud antifascista y revolucionaria, cuya base podrá ser ampliada cuando ambas partes lo crean conveniente...»

Completan el documento las consiguientes consignas de la época: representación de todas las tendencias antifascistas en la dirección política y económica, de acuerdo con las fuerzas que representaban; movilización general y rápida para ganar la guerra; preparación técnico-militar de los jóvenes combatientes; disciplina militar, no cuartelaria; creación de una verdadera economía de guerra; limpiar de fascistas los frentes y la retaguardia, etc.

Firmaban el documento, por el Comité Regional de Juventudes Libertarias, Alfredo Martínez, Fidel Miró y Juan Bautista Aso.

Las relaciones entre libertarios y stalinistas eran ya bastante tirantes en aquel mes de noviembre. Los tratos y compromisos empezaban a carecer de sinceridad. Reducíanse más que nada a maniobras de diversión o de propaganda. De todos modos la rotura se produjo pronto.

En marzo de 1937, el Comité Regional de Juventudes de Cataluña organizó un gran mitin al aire libre, en la gran plaza de Cataluña. El objeto era exteriorizar el descontento producido por la pérdida de Málaga. El auditorio se cifraba en cincuenta mil personas. Hablaron diversos oradores jóvenes, del frente y de la retaguardia. Las Juventudes Socialistas Unificadas se negaron a participar en el acto so pretexto de que lo hacían los representantes de la Juventud Comunista Ibérica (Juventudes del P. O. U. M.). Todo lo relacionado con el trotskismo —y era trotskista todo comunista no ortodoxo— empezaba a caer bajo la violenta excomunión stalinista. Las J. S. U. pretendían que los jóvenes rivales fuesen expulsados de la tribuna. La insatisfacción a tan osadas pretensiones produjo la crisis del pacto recién concluido.

Las cosas no iban mejor en el plano juvenil nacional. En febrero de aquel mismo año la F. I. J. L. había celebrado en Valencia un Pleno Nacional de Regionales. Diremos como detalle curioso que se dieron a conocer entonces los afiliados que cada Regional representaba: Andalucía, 7.400; Extremadura, 1.907; Levante, 8.200; Centro, 18.469; Aragón, 12.089, y Cataluña, 34.156. Por causa mayor de la guerra no pudieron estar presentes los jóvenes libertarios de la zona liberada del Norte.

Lo más importante de este Pleno fue que se propuso un Frente Juvenil Revolucionario a todas las organizaciones juveniles antifascistas. Se elaboró el programa de este F. J. R. y en él figuraba esta declaración:

«Consideramos que no es posible llegar a formar el Frente juvenil Revolucionario sin reconocer la transformación social y económica sufrida por el pueblo español desde el 19 de julio. Por tanto, deben comprometerse todos los organismos que ingresen en este frente a encauzar esta transformación social... Ganar la guerra, hacer la revolución, esta es la misión del Frente de la Juventud Revolucionaria...»

Este párrafo era un reto a la turbia política unitaria de las Juventudes stalinistas. En la Conferencia Nacional de las J. S. U., que había tenido lugar un mes antes aproximadamente, su secretario general, Santiago Carrillo, había hecho esta declaración:

«Nosotros luchamos por la República Democrática y no nos avergonzamos de confesarlo... Sí, camaradas, luchamos por una República democrática; mejor dicho, por una República democrática y parlamentaria. No se trata de una estratagema para engañar a la opinión democrática española ni para engañar a la opinión democrática mundial. Luchamos sinceramente por una República democrática porque sabemos que si cometiésemos el error de luchar en estos momentos —incluso por muchos meses después de la victoria— por la revolución socialista, contribuiríamos a la victoria del fascismo...»

A principios del mes de abril los jóvenes stalinistas organizaron en Madrid un aparatoso congreso de la juventud. Invitaron a él a todas las organizaciones juveniles de no importa qué tendencia: libertarías, republicanas, católicas inclusive, atrevimiento sin precedentes. Dos jóvenes libertarios que se hallaban presentes pidieron la palabra. Y al levantarse el primero de ellos a hablar los técnicos de la propaganda hicieron que todo el congreso, como movido por un resorte, se pusiese de pie y aplaudiera. Al mismo tiempo una banda de música interpretaba solemnemente el himno anarquista.

El joven libertario no se dejó impresionar por aquella lluvia de flores de trapo y, sin preámbulos, abordó su discurso:

« ...Mi voz viene a discrepar casi en absoluto de todo lo que aquí se ha manifestado. Aquí os asusta la palabra "revolución". Decía ayer un destacado militante de las J. S. U. que era necesario que se desplazasen algunos hombres a organizar la Juventud de Cataluña... Nosotros pedimos una alianza juvenil con una base sólida, que aquí no se ha querido plantear, sino que se ha dado de lado; una base de alianza que sirva para hoy y para mañana; pero no vemos la posibilidad de llegar a un acuerdo... Se tiene que sacrificar todo, como nosotros hemos hecho con nuestros honrosos principios. En nombre de la Juventud Libertaria he de deciros que el informe de las J. S. U. es totalmente hueco de contenido social y emplazamos a éstas para que presenten unas bases sólidas...»

No se habían repuesto todavía de la decepción que produjo este discurso, cuando a su vez subió a la tribuna el otro joven libertario, quien no menos imperturbable empezó a decir:

«Vine a este congreso creyendo encontrar algo nuevo... Las J. S. U. organizaron en Valencia un congreso en el que trataron a su manera de la situación de la juventud española. También los jóvenes libertarios hemos ido a Valencia y llevamos una posición firme y clara, de auténtico contenido revolucionario... Los jóvenes libertarios quieren una revolución con una ética social. Los jóvenes de las J. S. U. han traído a este congreso las mismas bases aprobadas en Valencia. Había que recoger en pro de la alianza a los combatientes que luchan por el gobierno legítimo “y al lado de éstos incluso a los católicos”, se ha dicho por aquellas juventudes. Y yo pregunto, ¿cómo las J. S. U. pueden llegar a unirse con los católicos cuando siempre llevaron estos la religión para medro personal?... Aquí se ha dicho que se lucha por la República democrática y parlamentaria. Conforme sí es una República en el sentido que defendía Platón; democrática, si democracia significa el gobierno del pueblo por el pueblo. Parlamentaria, de ninguna manera. No podemos estar conformes con el parlamentarismo. Son los sindicatos quienes deben controlar la política y la economía de España...»

Las discrepancias entre las juventudes Libertarias de Cataluña y el Comité Peninsular de la F. I. J. L. se acentuaron después de los sangrientos sucesos de mayo de 1937. Durante aquellos sucesos los comunistas habían asesinado y mutilado terriblemente a 12 jóvenes libertarios que tenían prisioneros. Los cadáveres fueron abandonados en un cementerio. Entre estos infortunados figuraba Alfredo Martínez, miembro del Comité Regional y secretario del Frente de la Juventud Revolucionaria de Cataluña.

El 15 de mayo se celebró un congreso regional extraordinario en Barcelona para determinar la orientación futura de las JJ. LL. y nombrar un nuevo Comité Regional. Las sesiones fueron muy borrascosas pero se hizo claro que una mayoría aplastante de la organización clamaba por la vuelta a las tradiciones libertarias. Esta tendencia clasicista se hizo cargo del nuevo Comité Regional. Para que no hubiese lugar a dudas se elaboró un dictamen que fijaba la nueva orientación, en el que se loaba el «concepto permanente de nuestras ideas» y se condenaba la «apostasía circunstancialista».

Esta insubordinación preocupaba mucho a los prohombres de la C. N. T. - F. A. I., quienes usaron de todos los medios, ni ortodoxos ni persuasivos, para someter a los rebeldes. La F. A. I. se preparaba a pasar oficialmente el Rubicón. En las luchas intestinas de los jóvenes, la C. N. T. - F. A. I., en particular la segunda, era beligerante. La C. N. T. no andaba rezagada. Frente a Ruta, órgano del nuevo Comité Regional, y uno de los pocos periódicos anarquistas de oposición al circunstancialismo, Solidaridad Obrera abría) el 17 de junio, una rúbrica especial «Juventud Revolucionaria», que puso en manos de la fracción juvenil minoritaria que acababa de ser derrotada en el congreso.

En las altas esferas de la C N. T. - F. A. I. se temía que la rebelión de los jóvenes libertarios se extendiese a los grupos anarquistas (lo que ocurrió a partir de julio) y a los sindicatos; de Cataluña a las demás provincias. El Comité Peninsular de la F. J. J. L. reclamaba de los jóvenes insurrectos una sumisión completa, alegando compromisos orgánicos que aquéllos no habían contraido. Los Plenos Nacionales de Regionales se repetían a una cadencia vertiginosa con el objeto aparente de ablandar la resistencia de aquellos a quienes se empezó a llamar «pieles rojas».

El problema de la unidad juvenil era el motivo principal de la tirantez. En virtud de la nueva orientación el Comité Regional de Cataluña había declarado nulos todos los pactos más o menos caducos contraidos por el Comité anterior, incluso los que tuvieron lugar bajo el signo del Frente de la Juventud Revolucionaria. Este pacto afectaba a la Juventud Comunista Ibérica (filial del P. O. U. M.). Los jóvenes libertarios de Cataluña habían presentido que el F. J. R. estaba condenado a muerte a corto plazo por los mismos que le dieron vida. Como se ha visto, el Frente de la Juventud Revolucionaria fue creado por un Pleno Nacional de Regionales de la F. I. J. L. en el mes de febrero de aquel mismo año, frente a la Alianza Juvenil Antifascista que mangoneaban las J. S. U.

Efectivamente, en el terreno de la unidad juvenil habían dos bloques. El creado por las J. S. U. en su conferencia de enero, con republicanos y católicos, y el fundado por la F. I. J. L. el mes siguiente, del que formaban parte la juventudes del P. O. U. M. El primero atravesaba una crisis bastante seria. Algunos miembros de las antiguas juventudes Socialistas afectas a Largo Caballero, empezaban a darse cuenta de la encerrona en que habían caido merced al doble juego de Santiago Carrillo y compañía y empezaban a levantar el grito. Las secciones asturiana y valenciana de las. J. S. U. se declaraban en rebeldía. La crisis tenía origen en intervenciones de los jóvenes libertarios como las que hemos descrito.

Temeroso de este peligro, el estado mayor de las J. S. U. quemó las etapas con vistas a un pacto de unidad juvenil, lo suficientemente hábil para atrapar a la F. I. J. L. Había que salvar los puntos de fricción, los cuales consistían en una declaración «revolucionaría» de la alianza, a mercadear contra la eliminación del P. O. U. M. Los líderes del bloque libertario se manifestaban intratables, al mismo tiempo, con las «juventudes católicas».

Los contactos, sin embargo, persistían. Y quizá fuesen éstos los que tenían a los jóvenes catalanes recelosos. Tanto es así que el 10 de agosto el Comité Peninsular de la F. I. J. L. publicaba un extenso manifiesto, en el que se daba cuenta de la rotura de relaciones en marcha para la Alianza:

«En otras ocasiones nos habíamos negado a participar en un organismo en el que se aglutinan todas las juventudes antifascistas revolucionarias, mientras excluyera a una determinada facción, más o menos numerosa de nuestras juventudes ( ... ) mientras se tendía a dar entrada a organismos juveniles de carácter religioso... Presentados los dos dictámenes, el nuestro y el de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos, accedimos después de largos debates a que fuese este último el que sirviese de base de discusión. Con lo que no quisimos ni podemos transigir, porque nos lo veda la dignidad, el decoro y el sentido humanista ( ... ) fue aceptar íntegro el quinto punto de las bases presentadas por la U. F. de E. H., el cual dice lo siguiente: “Y señalar a los trotskistas como agentes del fascismo, enemigos de la unidad del pueblo y de la juventud antifascista, y organizadores del centro de espionaje recientemente descubierto por la policía...”»

No será necesario esforzarse para comprender que la tal Unión Federal de Estudiantes Hispanos no era más que una sucursal mal disimulada de la J. S. U. fabricada ex–profeso. Este mimetismo es moneda corriente en el maniobreo stalinista. Aparte esto, se comprendía también fácilmente que el acuerdo no tardaría en producirse. No seria la primera vez que los libertarios se desembarazaban del «trotskismo» cediendo a «supremas realidades». De hecho los jóvenes del P. O. U. M. habían sido ya sacrificados. Se trataba solamente de evitar el insulto.

Así las cosas, el 10 de septiembre ambas potencias fundían sus ejércitos en la Alianza Juvenil Antifascista (A. J. A.), la primera de cuyas bases proclamaba:

«La Alianza Juvenil Antifascista, reconociendo la transformación política, social y económica operada en nuestro país después del 29 de julio del pasado año, se compromete a consolidar las conquistas revolucionarias.

«Asimismo las organizaciones juveniles trabajaran constantemente por la alianza de las organizaciones sindicales C. N. T. y U. G. T. para ganar la guerra y desarrollar la revolución. Del mismo modo verán con simpatía la unidad de las fuerzas políticas afines para el mismo fin.

«Las Juventudes integrantes de la Alianza se pronuncian en el sentido de que todas las organizaciones políticas y sociales de nuestro pueblo, encuadradas en el marco antifascista, estén representadas en la dirección del mismo, en relación a sus fuerzas e influencia, previa la elaboración de un programa común para facilitar nuestro triunfo sobre el fascismo.»

Siendo «la transformación política» operada un contrapeso aplastante para la «transformación social y económica», al proclamar todo esto, los jóvenes comunistas no hacían ninguna concesión revolucionaria. Propiciar la alianza C. N. T. - U. G. T. cuando esta última organización estaba a punto de caer en manos del Partido Comunista tampoco era ninguna concesión. (El acontecimiento de la stalinización de la U. G. T. se consumó a fines de aquel mismo año.) Finalmente, abrir la puerta del gobierno a la C. N. T., que es el secreto del último apartado, era un compromiso un poco vago, y dependiente del humor del momento decisivo.

La C. N. T. quería gobernar a toda costa. Había tenido la corazonada de seguir a Largo Caballero en su desgracia, y ahora lo lamentaba. Todos los documentos de este período están marcados por el hambre de gobierno de la C. N. T. Hubo inclusive un compromiso con el Partido Comunista que éste burló pérfidamente. El P. C. tenía entonces las llaves de San Pedro y era a él que la C. N. T. mendigaba unas migas de poder. Un periódico controlado por la facción afecta a Caballero comentaba compasivamente ese furor lamentable: «Acertamos cuando a la vista del documento del Buró Político del Partido Comunista dijimos que no se fiara nadie y que todo cuanto perseguía era convertir en juguete suyo a la C. N. T.»

La C. N. T. vacilaba entonces entre dos barajas. Por una parte había revalidado no hacía mucho tiempo unas bases de unidad con la U. G. T. todavía no dominada por los comunistas. Ahora, viendo cercano este dominio, sentía impulsos irreprimibles por pasarse al bando del vencedor. El P. C. veía largo y jugaba seguro. Por una parte estorbaba el pacto C. N. T. - U. G. T.; por la otra, se hacia suya la U. G. T. filtrándose en ella jugaba con la C. N. T. alternando la esperanza con la perfidia. El ingreso de la F. I. J. L. en la A. J. A. no se explica sino teniendo en cuenta estos hechos y el vasallaje que pesaba sobre ella.

De todas maneras hay que proclamar que la A. J. A., que vivió hasta el fin de la guerra en Cataluña, al englobar a los jóvenes libertarios no pudo nunca absorberlos y digerirlos como habían hecho las J. S. U. con los jóvenes socialistas.

Firmadas las bases que acabamos de comentar, el programa preveía una campaña de mitines con el fin de propagar la buena nueva por todas las principales ciudades de la zona leal. La A. J. A., cuya presidencia ostentaba un libertario, se dirigió inmediatamente al Comité Regional de JJ. LL, de Cataluña, solicitándole la organización de uno de estos actos. La respuesta fue negativa. No existiendo en Cataluña sucursal de la A. J. A. no había lugar a la aplicación del acuerdo. La intervención del Comité Peninsular de la F. I. J. L. no tuvo mejor resultado. Los comités superiores de la C. N. T. - F. A. I. se estrellaron igualmente ante la firme actitud de aquellos jóvenes. Finalmente decidieron pasar por encima de su voluntad. Al efecto el mitin fue anunciado en la rúbrica juvenil de Solidaridad Obrera directamente por el C. P. de la F. I. J. L. El Comité Regional de JJ. LL. replicó con otra nota, que publicó otro diario, en la que se advertía enérgicamente que si se realizaba aquel atropello a la autonomía de una organización regional los jóvenes militantes sabotearían la celebración del acto, recurriendo a la violencia si fuere preciso. En vista de esta firme decisión no se habló ya más del asunto.

El Comité Peninsular hizo marcha atrás.

A partir del 10 de octubre celebraron las JJ. LL. de Cataluña un congreso regional extraordinario. Con su celebración se recogía un reto según el cual la orientación «descabellada» de aquellas Juventudes era el resultado de la «dictadura de su Comité Regional». En el orden del día figuraban temas tan significativos como los siguientes: «Discusión del informe enviado por un grupo de militantes contra el Comité Regional». « ¿Deben continuar las JJ. LL. como sección de cultura y propaganda de la F. A. I.? ». «Posición de las JJ. LL. de Cataluña ante la Alianza Juvenil Antifascista». «Nombramiento de nuevo Comité Regional», etc.

Para hacerse una rápida idea de los resultados de este congreso bastará decir que la gestión del Comité Regional fue aprobada por una mayoría aplastante que impresionó al mismo Comité de la F. I. J. L., expresamente invitado a presenciar las deliberaciones. Los miembros del Comité Regional, en su mayor parte, fueron ratificados en sus cargos.

Esta demostración de cohesión en la defensa de unos principios queridos se repitió espectacularmente algunos meses después, durante la celebración del II congreso de la F. I. J. L., en Valencia (del 6 al 13 de febrero de 1938).

Cataluña fue la representación más nutrida, y a su lado formaron bloque compacto las delegaciones de siete brigadas de combatientes, venidas expresamente del frente de Aragón. Dos tendencias, una centralista y otra autonomista, se enfrentaron desde el primer momento. El congreso tuvo que pronunciarse ante un dictamen y un voto particular. Aquél hablaba de subordinación a los intereses supremos basados en realidades crudas; éste mantenía el principio de autonomía basado en el pacto libre. Los autonomistas fueron vencidos. Pero los jóvenes rebeldes no se sometieron nunca. Perdieron algunas posiciones pero se mantuvieron firmes, en una defensa elástica, sin ceder en lo fundamental.

LOS ANARQUISTAS EN LA CRISIS POLÍTICA ESPAÑOLA

José Peirats.
(1976).
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